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La edad ha ido desdibujando recuerdos y te ha alejado de ti mismo y de las ilusiones. También de la reconfortante presencia nocturna en las calles. Ahora tienes miedo de esas horas a la intemperie. Te previenes contra el vasto insomnio con cine, radio, libros y escritura. Sin poder evitar que lo nuevo de los tiempos alcance las madrugadas y sitie el interior de tu abotargada conciencia.
Estás siempre en vilo recordando que fuiste uno de ellos. Así que, seguramente, cuando termine la puesta de sol de tu hermano, llegarán los ejércitos de la noche con las cuchillas afiladas y las fauces bien dispuestas a devorar los restos.
Es posible que para entonces te encuentren tras el muro de palabras y lamentaciones que has construido y que no tratan de explicar nada ni hacer justicia a nadie. Sabes que has echado a perder tu capacidad de asombro con este artificio inútil y simplón. Que has pretendido abarcar de una sola mirada los planos de aquel tiempo y descifrar su compleja red de intenciones, incluidas las inevitables conexiones de ese laberinto existencial. Pero todo ha resultado en vano. Tus señuelos se descubren solos. Se detectan a la legua. Jamás comprenderás lo inasible. Te has quedado de nuevo fuera de la soleada comprensión. Con todas las preguntas servidas encima de la mesa. Bien aseadas y dispuestas. Con la cara lavada en sus trajes de domingo. ¿Qué es lo que ellos veían? ¿Quién o quiénes se les ofrecían desde el otro lado?
La edad ha ido desdibujando recuerdos y te ha alejado de ti mismo y de las ilusiones. También de la reconfortante presencia nocturna en las calles. Ahora tienes miedo de esas horas a la intemperie. Te previenes contra el vasto insomnio con cine, radio, libros y escritura. Sin poder evitar que lo nuevo de los tiempos alcance las madrugadas y sitie el interior de tu abotargada conciencia.
Estás siempre en vilo recordando que fuiste uno de ellos. Así que, seguramente, cuando termine la puesta de sol de tu hermano, llegarán los ejércitos de la noche con las cuchillas afiladas y las fauces bien dispuestas a devorar los restos.
Es posible que para entonces te encuentren tras el muro de palabras y lamentaciones que has construido y que no tratan de explicar nada ni hacer justicia a nadie. Sabes que has echado a perder tu capacidad de asombro con este artificio inútil y simplón. Que has pretendido abarcar de una sola mirada los planos de aquel tiempo y descifrar su compleja red de intenciones, incluidas las inevitables conexiones de ese laberinto existencial. Pero todo ha resultado en vano. Tus señuelos se descubren solos. Se detectan a la legua. Jamás comprenderás lo inasible. Te has quedado de nuevo fuera de la soleada comprensión. Con todas las preguntas servidas encima de la mesa. Bien aseadas y dispuestas. Con la cara lavada en sus trajes de domingo. ¿Qué es lo que ellos veían? ¿Quién o quiénes se les ofrecían desde el otro lado?
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