domingo, 28 de febrero de 2010

21

A mí me viene a la cabeza su huída del hospital tras el nacimiento del segundo hijo sin que hayan recibido el alta médica. El crío ha nacido con el síndrome de inmunodeficiencia adquirida y ellos se han largado sin más del hospital en la madrugada de esa misma noche. Cuando recibimos la noticia, Pilar y yo salimos disparados en su búsqueda. No nos cuesta mucho localizarlos en el interior de una cafetería de mala muerte detrás de la estación del Norte, en la zona donde están las pensiones más baratas. Al parecer han pasado esas horas en una habitación helada y mugrienta. Nuestras miradas se dirigen al crío que está en el capazo envuelto en un chal raído y sucio y con los biberones caídos por el suelo. También hay un bolsón de plástico transparente con gasas, algodones de colores, leche pasterizada, chupetes y ropas en exceso. Todo en una banqueta un tanto inestable que amenaza con venirse abajo. No han podido suministrarle los biberones necesarios porque carecen de dinero. Además no tienen ni idea de lo que el niño necesita.
Esta vez ni Pilar ni yo podemos convencerles de que deben regresar al hospital. Que el crío necesita atenciones médicas. Forcejeamos pero no podemos impedir que salgan disparados. Salir y entrar de nuevo porque se olvidan el capazo del recién nacido.
Esa imagen está en mi cabeza ahora que mi hermano me da noticias de su ex. “Bueno, ya me has visto. Hemos hablado un poco. Diles que estoy bien y largarte”.
Pero no es tan fácil porque estoy temiendo que la habitación se incendie cuando compruebo que está tan pasado que ni siquiera se iba a dar cuenta. “Creo que me quedaré un poco más”, le digo. “Para no defraudar las expectativas ahí afuera. Además me gusta la música que has puesto”.

viernes, 5 de febrero de 2010

20

“Ésta es una aburrida historia de recaídas”, está diciendo mi hermano. Pero he perdido el inicio de esa reflexión. Tal vez ha dicho antes que no se soporta en ningún sitio, que ya ha tenido bastante con lo que ha sido. Mi hermano no suele caer en la autocompasión. No forma parte de su temperamento e intuyo que ese momento de debilidad tendrá funestas consecuencias. Lo volverá más agresivo a las primeras de cambio. Hago como que no lo he oído. Miro la calle. Gente en precario equilibrio que se pierde de vista.
“¿Por qué no lo intentas una vez más?”, le digo sin venir a cuento, y atribuyo la responsabilidad de mis palabras al alcohol ingerido.
“No seas mamón”, me suelta. Y antes de que pueda decir otra cosa, añade: “No es el caso. No es el caso. Pero escucha esto: tengo noticias de que la muy zorra lo está consiguiendo. ¿Puedes creértelo? Al parecer las cosas le funcionan a la cabrona”. Sé que se refiere a su ex mujer.