lunes, 26 de octubre de 2009

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A veces íbamos a pisos y apartamentos de playa. Nos gustaban esos fines de semana invernales en aquellas urbanizaciones aletargadas donde nadie reparaba en nuestros excesos. La gente se metía en sus casas al caer la tarde y no se interesaba por alocados adolescentes pegados a la música.
La carretera que iba desde el Saler a Cullera era nuestro territorio natural, pero a veces llegábamos hasta Javea y Denia. Y mientras mi hermano se dedicaba a sus conquistas, yo me quedaba en la terraza bebiendo vino, fumando pipa y tratando de escribir en una libreta de tapas duras que llevaba siempre conmigo. Si me podía la ansiedad me daba un paseo por la playa o me acercaba a los apartamentos amigos.
En aquel tiempo las puertas estaban casi siempre abiertas y no había que llamar. Uno entraba sin pedir permiso, se unía a lo que estuviera sucediendo o se marchaba sin más si no era de su agrado. Nadie pedía explicaciones. Nadie las daba.

1 comentario:

  1. Buenas:
    Fui a Encuentros para agradecerle la entrada (necesito pensar antes de comentar pero no quería dejar de saludarla y que supiera que la he leido)y al mirar su perfil; por si tuviera un correo donde escribir este comentario; he descubierto este blog al que; con su permiso; también me suscribo.
    Besos

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