miércoles, 4 de noviembre de 2009

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Muchos años después, en largos vuelos intercontinentales, me he sorprendido muy cerca de otras nubes. Justo al otro lado de mi ventanilla redonda he sentido una irresistible necesidad de acogida: la tentación de lanzarme sobre ese confortable colchón de plumas de nata y algodón, seguro de no recibir daño alguno, de no estar expuesto a leyes físicas.
Tal vez mi hermano, a su manera, sintió alguna vez algo parecido. No lo sé. Pero si sé que lo vi llorar al contemplar esos encendidos atardeceres. Es claro que el exceso de alcohol y de hierba reblandecía las defensas naturales y propiciaba ciertas manifestaciones sensibleras que siempre habíamos creído asunto de otros. Sin embargo no recuerdo que se hiciera escarnio o mofa si te descubrían apartándote del lugar para volver poco después.

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