6
Yo tenía mis momentos y entonces me acercaba a un mar dormido donde conseguía recuperar parte de la calma interior que necesitaba para seguir adelante. A veces lo lograba sin grandes esfuerzos, atemperar mi inevitable sentimiento trágico de la vida, mi desconsuelo congénito. Con sentir la arena dura en la planta de los pies me bastaba. También tumbarme con los dedos de las manos cruzados detrás de la nuca en un cañaveral resguardado del viento. Así me dejaba ir. Hasta que llegaban ellas, el harén de palabras que como mujeres desnudas danzaban para mí y exhibían toda su lubricidad. Era como si al exhibirse de semejante manera dispusieran para siempre de un necio cumplidor, que las fuera a cortejar y servir para los restos.
Tal era mi relación con las palabras entonces. Las temía pero era incapaz de prescindir de ellas. Escribía y soñaba que escribía sobre mi vida y la de otros cercanos a mí. Fanático seguidor de Jack Kerouac, anhelaba una vida como la suya, unos amigos tan locos como aquellos. Y enfermo de escritura como estaba, garabateando siempre entre imposibles cuadernos, me curaba de los males de altura juveniles, incluidas depresiones.
Escribía: “Mar adentro hay alfileres de luz que bien pueden ser cargueros o petroleros, y al azar del cielo diamantes, jirafas, montañas, perfiles, trapecios…que otros llamarían nubes. Estoy en medio de sucesos que se cumplen ajenos a mí, aunque ninguno comparable al disco rojo de vetas anaranjadas que bebe insaciable en las sienes plateadas de las aguas antes de desaparecer tras la línea del horizonte”. Escribía y escribía.
Yo tenía mis momentos y entonces me acercaba a un mar dormido donde conseguía recuperar parte de la calma interior que necesitaba para seguir adelante. A veces lo lograba sin grandes esfuerzos, atemperar mi inevitable sentimiento trágico de la vida, mi desconsuelo congénito. Con sentir la arena dura en la planta de los pies me bastaba. También tumbarme con los dedos de las manos cruzados detrás de la nuca en un cañaveral resguardado del viento. Así me dejaba ir. Hasta que llegaban ellas, el harén de palabras que como mujeres desnudas danzaban para mí y exhibían toda su lubricidad. Era como si al exhibirse de semejante manera dispusieran para siempre de un necio cumplidor, que las fuera a cortejar y servir para los restos.
Tal era mi relación con las palabras entonces. Las temía pero era incapaz de prescindir de ellas. Escribía y soñaba que escribía sobre mi vida y la de otros cercanos a mí. Fanático seguidor de Jack Kerouac, anhelaba una vida como la suya, unos amigos tan locos como aquellos. Y enfermo de escritura como estaba, garabateando siempre entre imposibles cuadernos, me curaba de los males de altura juveniles, incluidas depresiones.
Escribía: “Mar adentro hay alfileres de luz que bien pueden ser cargueros o petroleros, y al azar del cielo diamantes, jirafas, montañas, perfiles, trapecios…que otros llamarían nubes. Estoy en medio de sucesos que se cumplen ajenos a mí, aunque ninguno comparable al disco rojo de vetas anaranjadas que bebe insaciable en las sienes plateadas de las aguas antes de desaparecer tras la línea del horizonte”. Escribía y escribía.
y ya de pequeño que juntaba palabras...
ResponderEliminarhace años yo tambien encontraba calma con la arena entre los dedos, mirando lejano y escuchando el ir y venir o romper de las olas. Ya no...será que cambié o tendrán razón los de Greenpeace cuando dicen que este mar ya no es el mismo.
Besos