sábado, 18 de septiembre de 2010

32

Después conocí a Teresa y me contó que ella lo había despedido como otras veces en la Gran vía, a la altura de Cirilo Amorós, para irse a trabajar mientras él iniciaba el camino de regreso a casa de mi madre. Normalmente ella lo acompañaba hasta el mismo portal, pero esta vez llegaba tarde y no lo había hecho. Y en algún punto de ese corto camino, ya sin ella, mi hermano se desvió de su ruta o encontró a alguien que a lo mejor lo estaba esperando. Y en esos metros que lo separaban de casa de mi madre se jugó la partida de su vida. Le ofrecieron algo o lo compró él libremente, una papelina de caballo demasiado puro esta vez, seguramente sin cortar, y cuando llegó a Colón él ya sabía que mi madre estaba en El Saler.
Así que tenía la casa para él solo. Se apoltronó en la butaca frente al televisor, puso a su grupo favorito y lo preparó todo para chutarse. No puedo construir esas horas hasta el fatal desenlace. Ni siquiera puedo concretar mis sospechas de que allí hubo alguien más. No puedo ir más lejos en este asunto aunque siempre lo he sospechado. Lo que creo es que cuando a mi hermano le estalló el corazón y la vida le saltó por la boca, alguien escapó precipitado sin mirar atrás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario