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Las drogas te lo quitan todo: familia, amigos, respeto, capacidad de sentir emociones humanas. Malvendes muebles y almas para pagarte la dosis siguiente. No ves el momento porque no ves más allá de ese estado de necesidad. Luego vendrán oleadas de esos estados: otro y otro y otro… hasta que saldes los restos y ya no dispongas de vida ni hacienda. Tampoco te resultará fácil cumplir con un trabajo de manera regular y te arrastrarás en la piel del muerto que te ocupa.
Mi hermano se había quedado con lo puesto, así que regresó a casa de mi madre bastantes años después de haber salido de allí para vivir su vida.
Si uno lo piensa es fácil advertir el estado de amarga desolación y derrota que debió invadirle. El desamparo que le roería las entrañas. Y aunque mantenía casi intactas sus relaciones con el mundo exterior, la mayoría de esos contactos, o al menos los que más le interesaban, tenían que ver con su adicción a las drogas, con proveedores, colaboradores en sablazos o consumidores habituales.
Mi hermano necesitaba todo el dinero que ganaba para mantenerse a flote y no sufrir el síndrome de abstinencia y, sin otros recursos, la casa de mi madre supuso para él una habitación sin gastos y derecho a comida.
Conociéndole, es seguro que antes intentó otras posibilidades, pero fue inútil. La gente se cansaba pronto de tenerlo en casa, apalancado en el sofá, bebido y fumado, en interminables noches de etílica verborrea. Incluso una antigua amiga que puso todo su empeño, desistió a los pocos días porque él no ponía nada de su parte ni estaba por la labor de colaborar. Tampoco se dejaba ayudar. Además de irritable y déspota, se mostraba arrogante en extremo, como si todo aquello no fuera con él y los demás le debieran pleitesía. Con esa actitud disminuía la ya de por sí escasa lista de benefactores dispuestos a poner a prueba su buena voluntad para con él
Las drogas te lo quitan todo: familia, amigos, respeto, capacidad de sentir emociones humanas. Malvendes muebles y almas para pagarte la dosis siguiente. No ves el momento porque no ves más allá de ese estado de necesidad. Luego vendrán oleadas de esos estados: otro y otro y otro… hasta que saldes los restos y ya no dispongas de vida ni hacienda. Tampoco te resultará fácil cumplir con un trabajo de manera regular y te arrastrarás en la piel del muerto que te ocupa.
Mi hermano se había quedado con lo puesto, así que regresó a casa de mi madre bastantes años después de haber salido de allí para vivir su vida.
Si uno lo piensa es fácil advertir el estado de amarga desolación y derrota que debió invadirle. El desamparo que le roería las entrañas. Y aunque mantenía casi intactas sus relaciones con el mundo exterior, la mayoría de esos contactos, o al menos los que más le interesaban, tenían que ver con su adicción a las drogas, con proveedores, colaboradores en sablazos o consumidores habituales.
Mi hermano necesitaba todo el dinero que ganaba para mantenerse a flote y no sufrir el síndrome de abstinencia y, sin otros recursos, la casa de mi madre supuso para él una habitación sin gastos y derecho a comida.
Conociéndole, es seguro que antes intentó otras posibilidades, pero fue inútil. La gente se cansaba pronto de tenerlo en casa, apalancado en el sofá, bebido y fumado, en interminables noches de etílica verborrea. Incluso una antigua amiga que puso todo su empeño, desistió a los pocos días porque él no ponía nada de su parte ni estaba por la labor de colaborar. Tampoco se dejaba ayudar. Además de irritable y déspota, se mostraba arrogante en extremo, como si todo aquello no fuera con él y los demás le debieran pleitesía. Con esa actitud disminuía la ya de por sí escasa lista de benefactores dispuestos a poner a prueba su buena voluntad para con él
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