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Supongo que cuando llegó con su petate a cuestas y escogió la habitación de enfrente a la que compartimos años atrás, fue por una especie de legítima defensa contra el infortunio. Y también para desquitarse del abrumador peso del pasado, pues la habitación que ahora no quería merecimos compartirla los dos por nuestras alocadas correrías adolescentes y en pago a nuestras malas cabezas.
Así que su petate descansó sobre la cama de la habitación que había sido de nuestro hermano pequeño antes de marcharse a estudiar a Madrid y que tenía la ventaja adicional de enseñar parte de la calle Colón. Allí se sentía más tranquilo porque podía avistar sus citas por la ventana y salir disparado.
Supongo que cuando llegó con su petate a cuestas y escogió la habitación de enfrente a la que compartimos años atrás, fue por una especie de legítima defensa contra el infortunio. Y también para desquitarse del abrumador peso del pasado, pues la habitación que ahora no quería merecimos compartirla los dos por nuestras alocadas correrías adolescentes y en pago a nuestras malas cabezas.
Así que su petate descansó sobre la cama de la habitación que había sido de nuestro hermano pequeño antes de marcharse a estudiar a Madrid y que tenía la ventaja adicional de enseñar parte de la calle Colón. Allí se sentía más tranquilo porque podía avistar sus citas por la ventana y salir disparado.
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