Él sabe de mi pánico por que lean lo que escribo. Sabe que pasé una noche entera en casa de una mujer con la que él iba a casarse leyéndole mis cosas mientras se suponía que estábamos allí para estudiar. En aquella época yo no era estudiante, pero ella sí tenía un examen por la mañana. Recuerdo que lo que ella deseaba era que mi hermano le hiciera compañía esa noche y que él se negó. Entonces para demostrarle a ella lo poco que le impresionaban sus palabras, el nulo efecto que le causaba su ruego, me pasó el teléfono y se desentendió del asunto. A los pocos minutos de hablar con ella yo salía disparado con mis cuadernos. Algunas historias hablaban de mi admiración por esa mujer. Ella lo sabía. Lo alentaba y jugaba a ese juego estúpido de dar celos al que no los tiene. Ya que mi hermano a su manera también disfrutaba con el equívoco.
Ante ella no tuve inconveniente en leer ciertos textos. No todos los que me pedía. No aquellos que la aludían abiertamente. Fue una noche extraña, perturbadora, aunque una vez más se trataba de mí ocupando el lugar de otro, de distinta manera pero llenando un vacío que no me pertenecía ocupar. Conozco esa sensación. La he vivido repetidas veces con distintas mujeres que fueron parte importante en la vida de mi hermano. Mujeres que consintieron en confiarse a mí cuando él las agraviaba. Y si lo hicieron, esto lo sé, fue porque tenía una destreza especial para hacerme imprescindible en esas ocasiones. Yo sabía escuchar. Me pedían consejo. Me dejaban entrar en sus dormitorios y velar sus sueños cuando ya las palabras iban retirándose, fatigadas de tanto buscar respuestas inalcanzables.
Ante ella no tuve inconveniente en leer ciertos textos. No todos los que me pedía. No aquellos que la aludían abiertamente. Fue una noche extraña, perturbadora, aunque una vez más se trataba de mí ocupando el lugar de otro, de distinta manera pero llenando un vacío que no me pertenecía ocupar. Conozco esa sensación. La he vivido repetidas veces con distintas mujeres que fueron parte importante en la vida de mi hermano. Mujeres que consintieron en confiarse a mí cuando él las agraviaba. Y si lo hicieron, esto lo sé, fue porque tenía una destreza especial para hacerme imprescindible en esas ocasiones. Yo sabía escuchar. Me pedían consejo. Me dejaban entrar en sus dormitorios y velar sus sueños cuando ya las palabras iban retirándose, fatigadas de tanto buscar respuestas inalcanzables.
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