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La vez que pintó aquel cuarto con los rotuladores que tenía en la mesa fue un 24 de diciembre, pasada ya la medianoche. Recuerdo aquel rapto de locura y alucinación. Todavía puedo ver las rayas y círculos que manchan las paredes y hacen saltar parte de la pintura azul cuando clava con saña la punta del rotulador. Los garabatos están por todas partes. Hasta los objetos han sido señalados por la furia devastadora de su mano. Las tintas cruzan la pantalla de la lámpara, los visillos de las cortinas, el cristal de la ventana. Es un ambiente de vaga irrealidad presidido por unas cuantas velas encendidas que enseñan lagos de cera espesa pegada en los muebles. También en la funda de almohada. Incluso hay enormes goterones fríos en el suelo.
Mi hermano se está liando un cigarro con inusitada destreza. Al verme entrar se ha girado en el sentido de la puerta y por un momento aparenta la calma de la tristeza, pero me escudriña con desconfianza, molesto por mi intromisión. Sé que le he pillado en mitad de algo para lo que no he sido invitado. Mi irrupción le enerva. Creo que distingo al fondo la voz y la guitarra de Neil Young. A lo mejor es ahí donde está esa frase tan repetida por él: un yonki es como una puesta de sol.
Me dice que me vaya, sin ceremonias, cortante. “Largo,- repite-, sé que estás aquí por ellos”. Todo es cuestión de décimas de segundo. Si reculo y cierro la puerta ya no seré capaz de volver a abrirla, me digo. Entonces avanzo. No es una decisión firme que haya tomado voluntariamente sino que me sorprendo a mí mismo en la acción de avanzar y pasar ante él. Ya estoy tras la mesa del escritorio junto a la ventana. Toda la comprensión de que soy capaz regresa a mi sistema nervioso y analizo la situación. Es propio de mí actuar de esa forma. Como conozco las reacciones de mi hermano por otras ocasiones, deduzco que estoy en el lugar correcto, a unos metros de distancia, mirando sin desaprobación ni interés. Lo cierto es que si a él le ha sorprendido mi irrupción yo tampoco las tengo todas conmigo. No estoy preparado para mantener ningún encuentro más allá de la una de la madrugada de una noche tan especial como es ésta. Nunca he podido estar a la altura de ciertos compromisos, pero sé que afuera hay personas esperando respuestas.
Ambos nos concedemos un mínimo respiro y miramos la calle solitaria. Tan solo unos parches de luz en ventanas cercanas donde siluetas de gente en movimiento tratan de celebrar la nochebuena.
En casa la navidad está al otro lado de esta habitación, tras un pequeño trozo de pasillo oscuro y un recibidor sobrecargado de abrigos y chaquetones. En el salón-comedor donde más de 20 personas fingen debajo de gorros rojos con borlas blancas, pertrechados de panderetas y matasuegras, que es una noche venturosa y feliz. Aunque todos hemos visto lo mismo. A mi hermano que, poco antes de las doce, se ha borrado de un plumazo de la fiesta disparando todas las alarmas. Y ante su tardanza me han lanzado en su busca.
La vez que pintó aquel cuarto con los rotuladores que tenía en la mesa fue un 24 de diciembre, pasada ya la medianoche. Recuerdo aquel rapto de locura y alucinación. Todavía puedo ver las rayas y círculos que manchan las paredes y hacen saltar parte de la pintura azul cuando clava con saña la punta del rotulador. Los garabatos están por todas partes. Hasta los objetos han sido señalados por la furia devastadora de su mano. Las tintas cruzan la pantalla de la lámpara, los visillos de las cortinas, el cristal de la ventana. Es un ambiente de vaga irrealidad presidido por unas cuantas velas encendidas que enseñan lagos de cera espesa pegada en los muebles. También en la funda de almohada. Incluso hay enormes goterones fríos en el suelo.
Mi hermano se está liando un cigarro con inusitada destreza. Al verme entrar se ha girado en el sentido de la puerta y por un momento aparenta la calma de la tristeza, pero me escudriña con desconfianza, molesto por mi intromisión. Sé que le he pillado en mitad de algo para lo que no he sido invitado. Mi irrupción le enerva. Creo que distingo al fondo la voz y la guitarra de Neil Young. A lo mejor es ahí donde está esa frase tan repetida por él: un yonki es como una puesta de sol.
Me dice que me vaya, sin ceremonias, cortante. “Largo,- repite-, sé que estás aquí por ellos”. Todo es cuestión de décimas de segundo. Si reculo y cierro la puerta ya no seré capaz de volver a abrirla, me digo. Entonces avanzo. No es una decisión firme que haya tomado voluntariamente sino que me sorprendo a mí mismo en la acción de avanzar y pasar ante él. Ya estoy tras la mesa del escritorio junto a la ventana. Toda la comprensión de que soy capaz regresa a mi sistema nervioso y analizo la situación. Es propio de mí actuar de esa forma. Como conozco las reacciones de mi hermano por otras ocasiones, deduzco que estoy en el lugar correcto, a unos metros de distancia, mirando sin desaprobación ni interés. Lo cierto es que si a él le ha sorprendido mi irrupción yo tampoco las tengo todas conmigo. No estoy preparado para mantener ningún encuentro más allá de la una de la madrugada de una noche tan especial como es ésta. Nunca he podido estar a la altura de ciertos compromisos, pero sé que afuera hay personas esperando respuestas.
Ambos nos concedemos un mínimo respiro y miramos la calle solitaria. Tan solo unos parches de luz en ventanas cercanas donde siluetas de gente en movimiento tratan de celebrar la nochebuena.
En casa la navidad está al otro lado de esta habitación, tras un pequeño trozo de pasillo oscuro y un recibidor sobrecargado de abrigos y chaquetones. En el salón-comedor donde más de 20 personas fingen debajo de gorros rojos con borlas blancas, pertrechados de panderetas y matasuegras, que es una noche venturosa y feliz. Aunque todos hemos visto lo mismo. A mi hermano que, poco antes de las doce, se ha borrado de un plumazo de la fiesta disparando todas las alarmas. Y ante su tardanza me han lanzado en su busca.
Dos microcosmos bajo el mismo techo.
ResponderEliminarEn uno la farsa.
En el otro la verdad.
Saludos.
Las fiestas a veces se ven mejor desde el otro lado, sin tanto matasuegras suelto... Por cierto, ¿por qué como una puesta de sol? me ha quedado la duda...
ResponderEliminarY por favor,saluda de mi parte a los dos desaparecidos, que por mi luna se les echa de menos....
Un abrazo y si no nos leemos antes, que tengas un gran principio de 2010 :)